A través del arcoíris

A través del arcoíris.
La imagen que he elegido para representar mi visión de la enseñanza de una lengua extranjera es un mural realizado por Julliem Malland. De grandes dimensiones ocupa a lo ancho y alto una casa de dos pisos. La casa, no importa el lugar del mundo, está construida de ladrillos. Los muros  de ladrillos se construyen poco a poco. Un muro de hormigón necesita una armadura de hierro y un encofrado y luego se rellena de hormigón y así tenemos el trabajo final. El relleno de hormigón se hace en solo unas horas y luego solo hay que esperar que fragüe para retirar las maderas. Pero los muros de ladrillo tienen un trabajo más artesanal, el albañil va colocando un ladrillo, mortero, otro ladrillo y así, poco a poco, se va construyendo el muro. La construcción del muro de ladrillos es igual que la construcción de nosotros mismos. Durante toda nuestra vida estamos aprendiendo y recibiendo enseñanzas que nos va haciendo crecer y cada vez ser más fuerte y grande. Desde pequeños aprendemos una (o dos) lenguas maternas que nos van enseñando nuestros padres. De manera innata comenzamos a aprender este idioma y a comunicarnos. Cuando vamos creciendo vamos aprendiendo que hay otras lenguas, otras culturas, otras maneras de vivir, de pensar,  de ser, otros países que se comunican en otros idiomas. Y es en este momento cuando tu muro empieza a colorearse. 
En mi caso, que nací en 1973 y viví toda mi edad escolar en el mismo pueblo de España, la curiosidad por otros países y otras gentes no comenzaría hasta que, quizás, llegué a la Universidad. Pero ahora que tengo hijos bilingües y que, con sólo siete y cuatro años, ya han vivido en tres países diferentes, con diferentes idiomas, diferentes culturas, que siempre han estudiado en colegios multiculturales, veo que estas ganas por conocer el mundo se poseen desde edades muy tempranas.
En mi imagen el niño mete su cara a través del muro intrigado y curioso por lo que hay al otro lado y, quizás con precaución pero sin vacilar, comienza a traspasar este muro abriéndose paso con sus brazos y piernas por la base de su pared, por la base de su enseñanza,  queriendo adentrarse en otro mundo distinto al suyo.
Es aquí donde entramos nosotros, los profesores de lenguas extranjeras, los enseñates del nuevo mundo. Aprender una lengua no materna es adentrarse en un mundo distinto al tuyo. Como alumno, tu curiosidad por esta lengua va acompañado de tus ganas de saber más acerca de la gente que lo habla, su cultura, su religión, su manera de vivir, su día a día, la geografía y la política del país o países donde ese idioma es hablado. Y es cuando comienza el cambio en uno mismo. Por un lado tu cabeza comienza a funcionar, a pensar, estudiar te hace estar más activo intelectualmente. Por otro lado pienso que cambia tu forma de ser, tu manera de ver a los demás, a los que no son como tú. Eres más políticamente correcto, tu mente se abre, crece tu empatía, ves el mundo desde otra perspectiva.
¿Puede haber algo más bonito que formar parte de este cambio en una persona?. Y es el profesor de lengua extranjera el que comienza a crear en el estudiante, esta vez no un muro, ni de hormigón ni de ladrillos, sino un arcoíris en el que introducir nuestra cabeza y quién sabe si el cuerpo entero.
El profesor de lengua extranjera debe enseñar la lengua, ese es su principal objetivo, pero va acompañado de la muestra de esa cultura, ese país; y debe saber guiar al alumno por esta nueva aventura. Bajo mi punto de vista el profesor va más allá de la enseñanza de gramática y uso de la lengua.
Al mismo tiempo, la enseñanza te enriquece al tener la oportunidad de conocer alumnos de diferentes procedencias, siempre aprendemos cuando impartimos clases.

Mi visión, sin duda romántica, de la enseñanza de una lengua extranjera es que quizás contribuimos a crear un mundo mejor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario